“Lo vi driblando un balón y supe que se iba a dedicar al baloncesto”

jueves, 17 de mayo de 2012


La primera vez que Gregorio Vásquez, amante de la pelota venezolana, le dio a su hijo Greivis un guante de béisbol se dio cuenta que su primer varón nunca llegaría a las Grandes Ligas.

Unos 15 años después, ese muchacho que falló dos rollings en la intermedia de un estadio de béisbol en la parroquia Coche, en Caracas, se convirtió en el tercer venezolano en llegar a la NBA.

“Bigote”, como fue bautizado durante sus años como vendedor de pólizas en una desaparecida compañía de seguros, contó cómo fue su rol de padre del base de los Hornets de Nueva Orleans y capitán de la selección nacional de baloncesto.

“A los siete años, lo vi driblando un balón y supe que ese carajito se iba a dedicar al baloncesto. Él mostraba cuáles eran sus metas, desde montarse en un bus para ir a un nacional, que si infantil, junior o cadete. Hasta hoy, siempre se monta en el bus que lo lleva hacia donde quiere”, expresó.

El capitalino, ganador del premio Bob Cousy al mejor piloto del baloncesto universitario de la Ncaa, fue fruto de la unión entre Gregorio e Ivis Rodríguez. El armador nació el 16 de enero de 1987.

“Nosotros siempre compartíamos en una cancha porque nos gusta el deporte. Después de tantas competencias juntos, los que jugaron de Greivis son como hijos míos. David Cubillán, Gregory Echenique y Néstor Colmenares casi que me tenían como papá también”, recordó el oriundo de la parroquia El Junquito.

Gregorio siempre recuerda cuando Distrito Capital enfrentaba a la representación del Zulia en los diferentes torneos nacionales. “Jugar contra Cubillán significaba un dolor de cabeza”.

“En Caracas, jugábamos en equipos contrarios. Hubo muchos jugadores que se quedaron en el camino, porque no tenían un padre o una madre que los apoyara”, destacó. “Cuando yo iba para los juegos, le compraba desayuno a los 15 muchachos. Había muchos jugadores con necesidad”.

Para el progenitor del inmortal de los Terrapins de Maryland, el sacrificio fue la clave para ver crecer a Greivis, con cierta tranquilidad. “En Caracas, hay un sector llamado San Agustín, donde hay muchos jugadores buenos, pero a los 11 ó 12 años se van por el camino de la pistola y de la droga”.

Gregorio, quien también fungió como gestor en varios consultorios jurídicos en la capital del país, se refugió en el carácter extrovertido de su muchacho. “Greivis siempre estuvo pila. Se la pasaba con el bendito balón. Era echador de broma y una cosa que nació con él fue que siempre estudió. Le gustaba hacer sus tareas. Nunca estuve encima de él para que entregara los trabajos”.

Para su padre, el exarmador de los Grizzlies de Memphis, no es un joven perfecto y tampoco es un héroe. “Mi hijo tiene sus defectos, pero es alguien con muchas responsabilidades. La gente quiere que él los ayude y apenas tiene dos años en la NBA. A él le falta mucho para establecerse, pero estoy seguro que va a ayudar a quien se lo merezca. Todavía le falta crecer”.

El seguidor de Carl Herrera y Oscar Torres, quienes también vistieron uniforme en el mejor baloncesto del mundo, marcó la vida de su padre en tres oportunidades.

“Él día que le retiraron su número en Maryland, el día de su graduación y el draft de la NBA, quizás el más aplaudido en su historia, porque es un evento muy frío”, afirmó.

Gregorio admira la personalidad y las decisiones de su hijo. “Cuando estaba en Maryland, Cal Ripken Jr. (excamporto de Orioles de Baltimore) era su amigo, siendo un tipo que no tiene nada que ver con mi hijo. Además, es un chamo al que le gustan los negocios. Le gusta vivir cómodo y ganar dinero. Para eso trabaja y por eso hace todo lo que hace. Pasó siete años fuera de su país y no crean que es fácil”.

Para “Bigote”, el mejor recurso siempre fue acompañar al armador capitalino, a pesar de su independencia como persona. “Los padres tienen que apoyar a sus hijos. Tienen que madurar con ellos”.

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