Bajo una inmensa carpa color mostaza y azul, el público espera
a que se apaguen las luces. Parado sobre una silla, un niño abraza a su papá
mientras mira fijamente el escenario. Aún no ha comenzado el show y se percibe
su ansiedad.
La música no remite a carruseles ni a elefantes domesticados.
La melodía oriental da señales de que se trata de un espectáculo distinto: Sueños de una niña, presentado por el Circo Acrobático de Kunming de China.
El ambiente se llena de energía y ocho bailarinas con diseños de color rojo y negro que asemejan el ying y el yang hacen su entrada. Golpean con fuerza los tambores, mientras un grupo de artistas, algunos tan pequeños que no muestran músculos, ondean gigantescos estandartes. Aparece la magia.
La niña que protagoniza la historia sale al escenario y saluda con una gran sonrisa. Con un sombrero de campesina y una cesta de flores camina y sueña que algún día será una destacada acróbata. Se acerca a los expertos y estos le demuestran cómo lo puede lograr, a través de 14 números artísticos.
Bajan otra vez las luces y un aura mística es la antesala de la siguiente dinámica. Cuatro jóvenes coquetas con tocado azul dan vueltas con sus pies a unos instrumentos alargados.
Caminan, pero al revés. Se los lanzan entre sí a la vez que una se sube a la cabeza de la otra, siempre con una sonrisa como si aquello no tuviera la mayor complicación. Un niño del público está maravillado y se acerca al borde de su asiento para observar mejor. Los aplausos y vítores son constantes.
En los segmentos siguientes un enmascarado cambia su rostro de color con el violento movimiento de un brazo, jóvenes agitan cuerdas mientras giran en el aire, parejas se suben a unas largas telas que caen del techo y, sin malla de seguridad, se inmovilizan en poses artísticas.
La música, a veces agresiva y otras melancólica, incorpora a su base oriental elementos de pop, techno y son. Los saltos mortales, las piruetas y las posiciones casi imposibles de imitar son ejecutados con coordinación y delicadeza durante las casi dos horas de espectáculo.
Al final, luego de breves apariciones, la pequeña ha aprendido a ser acróbata y protagoniza un número de elasticidad.
La constancia, la disciplina y la dedicación le dan la satisfacción del objetivo cumplido. Y son estos los valores que Sueños de una niña destaca, según Armando González, director general de Venelatin, empresa que junto con Show Center Group trajo la historia al país por segundo año consecutivo.
"Es un grupo de acróbatas muy versátil, cuyos integrantes tienen entre 9 y 26 años de edad. Poseen un sistema de educación académica y de gimnasia. Cuando fuimos a verlos a China les llevamos la historia y ellos nos presentaron sus rutinas. Este espectáculo exalta lo que queremos inculcar a nuestros hijos: trabajo en equipo y honradez".
La constancia es signo de éste y otros grupos que luego pasan a integrar compañías en China, Europa, Estados Unidos o Canadá. Viven en las escuelas, su régimen de estudio comienza a las 6:00 am e incluye más de cuatro horas de ejercicio físico para lograr un show como el que presentan en Caracas y que llevarán también a Maturín y Puerto Ordaz.
La música no remite a carruseles ni a elefantes domesticados.
La melodía oriental da señales de que se trata de un espectáculo distinto: Sueños de una niña, presentado por el Circo Acrobático de Kunming de China.
El ambiente se llena de energía y ocho bailarinas con diseños de color rojo y negro que asemejan el ying y el yang hacen su entrada. Golpean con fuerza los tambores, mientras un grupo de artistas, algunos tan pequeños que no muestran músculos, ondean gigantescos estandartes. Aparece la magia.
La niña que protagoniza la historia sale al escenario y saluda con una gran sonrisa. Con un sombrero de campesina y una cesta de flores camina y sueña que algún día será una destacada acróbata. Se acerca a los expertos y estos le demuestran cómo lo puede lograr, a través de 14 números artísticos.
Bajan otra vez las luces y un aura mística es la antesala de la siguiente dinámica. Cuatro jóvenes coquetas con tocado azul dan vueltas con sus pies a unos instrumentos alargados.
Caminan, pero al revés. Se los lanzan entre sí a la vez que una se sube a la cabeza de la otra, siempre con una sonrisa como si aquello no tuviera la mayor complicación. Un niño del público está maravillado y se acerca al borde de su asiento para observar mejor. Los aplausos y vítores son constantes.
En los segmentos siguientes un enmascarado cambia su rostro de color con el violento movimiento de un brazo, jóvenes agitan cuerdas mientras giran en el aire, parejas se suben a unas largas telas que caen del techo y, sin malla de seguridad, se inmovilizan en poses artísticas.
La música, a veces agresiva y otras melancólica, incorpora a su base oriental elementos de pop, techno y son. Los saltos mortales, las piruetas y las posiciones casi imposibles de imitar son ejecutados con coordinación y delicadeza durante las casi dos horas de espectáculo.
Al final, luego de breves apariciones, la pequeña ha aprendido a ser acróbata y protagoniza un número de elasticidad.
La constancia, la disciplina y la dedicación le dan la satisfacción del objetivo cumplido. Y son estos los valores que Sueños de una niña destaca, según Armando González, director general de Venelatin, empresa que junto con Show Center Group trajo la historia al país por segundo año consecutivo.
"Es un grupo de acróbatas muy versátil, cuyos integrantes tienen entre 9 y 26 años de edad. Poseen un sistema de educación académica y de gimnasia. Cuando fuimos a verlos a China les llevamos la historia y ellos nos presentaron sus rutinas. Este espectáculo exalta lo que queremos inculcar a nuestros hijos: trabajo en equipo y honradez".
La constancia es signo de éste y otros grupos que luego pasan a integrar compañías en China, Europa, Estados Unidos o Canadá. Viven en las escuelas, su régimen de estudio comienza a las 6:00 am e incluye más de cuatro horas de ejercicio físico para lograr un show como el que presentan en Caracas y que llevarán también a Maturín y Puerto Ordaz.
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