Hablan los zulianos que atesoran la luz de Reverón

jueves, 10 de mayo de 2012

La luz de Reverón en el litoral de Macuto bañó a la artista Lía Bermúdez, caraqueña de nacimiento y asentada en el Zulia, por la década de los 50. Tocó la campana del Castillete, y tras varios gritos de llamado, se asomó en la puerta el par de ojos mansos entre la selvática barba y cabellera: Era el maestro Reverón.

“Ya yo vivía en Maracaibo, y con todo lo que de él se decía, quise ir a conocerlo. Dejé a mi hijo en Caracas, con mi mamá y me fui a La Guaira. Me costó que me recibiera. Soné varias veces la campana y le dije: Maestro, maestro. Vengo de Maracaibo a ver cómo está. Él, un poco apenado me dijo: ‘Es que no puedo atender a nadie porque me hacen muchas maldades. No estoy bien, por que los vecinos me tiran piedras”.

La escultura y gestora cultural, guarda en su memoria como un tesoro la imagen del artista más internacional de Venezuela, por cuyo ingenio, perseverancia y trascendencia se celebra hoy el Día Nacional del Artista Plástico, a 123 años de su nacimiento.

“Yo quería ver su ambiente, cómo vivía. Tenía un short y más nada. Me llamó a Juanita y le dijo que me hiciera café. El mono, su mascota, iba de un lado a otro con libertad. Le dije: ‘Yo estoy de paso, pero yo quisiera una obra suya’. Entonces le preguntó a Juanita y ella le dijo: ‘No hay nada, solo una cosa muy vieja que no terminaste’. Era una tela con un boceto, y algo de pintura, lo firmó y me lo obsequió, porque días antes habíamos hecho en una reunión familiar una recolecta de dinero y se lo enviamos porque sabíamos que estaba muy enfermo”, contó con detalles la consagrada artista y promotora cultural de Maracaibo.

“Él estaba muy agradecido con Maracaibo. Y creo que quizá por eso me regaló su tela. Pero yo igual le compré unos dibujos en papel que aún conservo. Recuerdo que Juanita tomó el dinero de inmediato y fue a comprar comida —apuntó Bermúdez—. Hoy esos trazos me recuerdan lo afortunada que fui al conocerlo”.

“Jamás creí que iba a tener tan grande fortuna”, reitera, aún maravillada la maestra del metal.
Oscar González Bogen, crítico de arte de destacada trayectoria en el Zulia, director de la sala expositiva del Aula Magna de la URU y hermano del p
intor Carlos González Bogen, recordó haberlo visto en la Escuela Cristóbal Rojas.

La imagen viene fresca a su cabeza: “Desde entonces, en 1949, aunque no era célebre, su trabajo ya era muy respetado en el entorno artístico porque los maestros Picasso y Dalí fueron sus profesores en París, entonces lo invitaban a la escuela a dictar cátedra. Tenía un pantalón viejo con el ruedo de la pierna derecha subido hasta la rodilla, porque tenía una herida que se veía infectada, quizá por las condiciones en las que vivía. Confieso que me impresionó no solo el abandono, sino la pobreza extrema que transmitía”.

“Muchos años después, faltándole dos años para morir, en 1952 —precisa González Bogen—volví a verlo en la escuela de Caracas recuperado, sociable. Estaba incluso afeitado y le tomé una foto, pero no se le reconoce, porque la imagen que se ha difundido de él es barbudo y descuidado. Pero nos hemos enfocado mucho en la parte excéntrica de Armando Reverón, cuando lo más importante es la gran lucidez que tenía su obra, el dominio teórico como resultado de su estudio en solitario de la luz y su trabajo incansable que lo convirtió en un genio creador”.

“El desequilibrio mental, aunque parezca contradictorio, constituye un poderoso estimulante para su proceso creativo —opina el destacado conocedor de arte— En Venezuela tenemos incluso otros casos de artistas con semejantes padecimientos y singular genialidad, como el caso de Bárbaro Rivas y Emerio Darío Lunar”.

A esos desequilibrios, el consagrado artista zuliano Víctor Valera, reconoce hoy que le temía, cuando tenía 19 años y estudiaba en la “Cristóbal Rojas”.
“Los maestros de la escuela valoraban mucho su trabajo y me envíaban a llevarle materiales como blanco de zinc, cola de conejo, fique y papel de estraza. Siempre lo encontraba en guayuco, casi desnudo y a Juanita, cosiendo. Él decía que las muñecas de trapo que hacía eran sus mujeres. Cada vez que yo iba me regalaba un dibujo, y a mí no me interesaban. No los conservé porque no imaginaba que se iba a convertir en el ‘gigante’ del arte venezolano”, reconoció Valera.

“Él era un caso muy especial —apunta Valera—porque como toda persona que padece lo que él sufría, había momentos en que no estaba bien, pero otros eran de extraordinaria lucidez y subía a Caracas y se reunía con otros artistas en un bar que quedaba en la esquina de la escuela. Allí vendia sus ‘cuadritos’ y tras varios tragos ,bailaba hasta flamenco sobre las sillas ”.
Víctor Valera afirma que de los artistas del Zulia, también el difunto Genaro Moreno conoció a Reverón. Y el llamado “Loco de Macuto” lo amaba porque le vendía sus cuadros en Maracaibo.

“Los dibujos que no valoré ahora los veo con dolor en las grandes colecciones. Y mi lamento no es por los precios exhorbitantes , sino porque de ello no disfrutó ese gran maestro, que murió de hambre y abandono. Drama infinito de los artistas”.

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